No podemos dejar de usar abruptamente los combustibles fósiles y la energía nuclear sin destruir las economías y perjudicar a las personas.
Se podría pensar que incluso los defensores más fanáticos de la energía «verde» estarían extasiados por la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés) de 740 mil millones de dólares firmada por el presidente Biden el 16 de agosto.
Después de todo, la mitad de esa enorme suma—369 mil millones de dólares—está destinada a la lucha contra el cambio climático. Sabiamente, esos miles de millones apoyarán una cartera de tecnologías de reducción de emisiones: energías renovables; vehículos eléctricos; combustible de hidrógeno; nuclear; combustibles fósiles con captura, uso y almacenamiento de carbono y captura directa en el aire.
Este enfoque amplio e inclusivo para reducir las emisiones de carbono tiene sentido. Hay que emplear todas las opciones que contribuyan a combatir el calentamiento global siempre que sea posible.
Pero aquí está el problema para los fanáticos del clima: Los partidarios de «dejarlo en el suelo» aborrecen los combustibles fósiles. Los odian visceralmente. Se niegan a aceptar la realidad de que el petróleo, el gas y el carbón hacen posible la vida moderna.
Y se niegan a aceptar las evidentes limitaciones de las energías eólica y solar, dependientes de las condiciones meteorológicas, aferrándose fervientemente a la errónea creencia de que un futuro totalmente renovable es factible.
Su posición es delirante y peligrosa. Excluir o restringir los recursos naturales de origen fósil conlleva graves riesgos para las economías y las personas.
Las pruebas de la dependencia de los combustibles fósiles abundan. En Europa, donde los precios de la energía se han descontrolado, los gobiernos advierten de una grave escasez de gas natural que podría dejar a sus ciudadanos sin poder obtener, o permitirse, combustible para la calefacción de sus hogares. Ciertamente, la guerra de Rusia contra Ucrania ha empeorado la situación energética de Europa, pero años de políticas anticombustibles fósiles y antinucleares ya estaban haciendo subir los costos de la energía.
Alemania, que durante mucho tiempo fue una potencia industrial y fabricadora, se ha arrinconado al abandonar prácticamente todas sus centrales de carbón y energía nuclear y al invertir medio billón de euros en una fallida revolución energética «verde». Hoy, los ciudadanos alemanes temen no tener suficiente energía, principalmente gas, para calentar los hogares o suministrar a las industrias cuando se acerque el invierno.
En Sri Lanka, la prohibición gubernamental de los fertilizantes de origen fósil ha provocado una escasez extrema de alimentos y una inflación vertiginosa, ya que el rendimiento de las cosechas ha disminuido drásticamente. (Los fertilizantes sintéticos a base de nitrógeno derivados del gas natural ayudan hoy a alimentar a cerca de la mitad de la población mundial).
En muchos estados de los Estados Unidos, especialmente en el oeste, las olas de calor han provocado advertencias de apagones como resultado, al menos en parte, de las políticas que favorecen las instalaciones eólicas y solares intermitentes en lugar de las plantas de energía fósil y nuclear de carga base más fiables.
Recientemente, para hacer frente al aumento del consumo de energía debido al calor extremo, el gobernador de California, Gavin Newsome, pidió a los residentes de ese estado que subieran sus termostatos a 78 grados y evitaran conectar los vehículos eléctricos entre las 4 p.m. y las 9 p.m., además de otros cambios en su estilo de vida.
Es una desagradable ironía que en un estado que ha prohibido la venta de nuevos vehículos de gasolina para el 2035, los dirigentes insten a la gente a reducir la carga de sus vehículos eléctricos. Si ahora no hay suficiente electricidad, imagínese el déficit que habrá en el futuro, cuando California obligue a que todos los vehículos sean eléctricos y otros más de treinta millones de vehículos eléctricos se conecten a la red eléctrica.
Las cosas sólo empeorarán para la humanidad si continúa el prematuro abandono de los combustibles fósiles y la energía nuclear. Ya estamos viendo una inversión de las políticas, ya que algunos gobiernos, especialmente en Europa, intentan salvar las pocas centrales nucleares y de carbón de carga base que aún quedan. En Gran Bretaña, la primera ministra entrante, Liz Truss, anuló rápidamente la prohibición del fracking.
Todo esto apunta a lo que debería ser una verdad evidente, aunque incómoda (para algunos): no podemos dejar de usar abruptamente los combustibles fósiles y la energía nuclear sin destruir las economías y perjudicar a las personas. A primera vista, la Ley de Reducción de la Inflación reconoce este hecho, aunque los extremistas ecologistas no lo hagan.
Las disposiciones clave de la ley mejoran y amplían drásticamente los créditos fiscales para incentivar el despliegue de tecnologías de reducción de emisiones.
Especialmente importantes para los Boilermakers son las mejoras del programa federal de crédito fiscal 45Q que apoya la captura, uso y almacenamiento de carbono. La ley aumenta los créditos para la captura y secuestro permanente de dióxido de carbono de cincuenta dólares por tonelada métrica a ochenta y cinco dólares y, para el uso de CO2 capturado para la recuperación mejorada de petróleo, de treinta y cinco dólares por tonelada métrica a sesenta dólares. Estos cambios están diseñados para hacer más atractiva la captura, uso y almacenamiento de carbono y estimular una mayor inversión en los sectores de la energía y el procesamiento industrial.
Es importante destacar que, para que las entidades reciban la totalidad de los créditos fiscales, deben cumplir con las disposiciones relativas a los salarios vigentes y al aprendizaje. Esto significa una mayor igualdad de condiciones para los miembros de los sindicatos y mejores salarios para todos los trabajadores de estos proyectos.
Además, la ley incluye requisitos de abastecimiento nacional para materiales y productos, apoyando las economías y los empleos norteamericanos.
La Ley de Reducción de la Inflación promete ser una luz verde para que Estados Unidos amplíe y avance en múltiples tecnologías de energía limpia.
Los fanáticos del clima han expresado su decepción por el hecho de que los combustibles fósiles reciban un impulso con la ley. Pero las cabezas más sabias entienden que promover todas las opciones de reducción de emisiones es el mejor camino a seguir.