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Un futuro de energía 100% verde corre el riesgo de dejar un oscuro legado para el planeta

Especialmente preocupante es el cóctel de metales pesados y tierras raras necesario para construir turbinas eólicas, paneles solares, baterías de respaldo y baterías de vehículos eléctricos.

Newton B. Jones, Presidente Internacional

Se ha escrito mucho sobre las desventajas de las energías renovables eólicas y solares en cuanto a su intermitencia, su gran huella en la tierra (y en el agua), los costos adicionales para conectarlas a la red energética, la necesidad de duplicar las fuentes de energía de reserva y otros problemas. Pero a medida que los defensores de la energía verde impulsan la expansión masiva de las energías renovables en todo el mundo, se hace más patente el potencial de graves daños ambientales y sociales.

Especialmente preocupante es el cóctel de metales pesados y tierras raras necesario para construir turbinas eólicas, paneles solares, baterías de respaldo y baterías de vehículos eléctricos.  Metales como el arsénico, el cobalto y el litio y tierras raras como el neodimio, el indio y el disprosio deben ser extraídos, procesados y entregados a los fabricantes.

Gran parte de la extracción y el procesamiento se realiza en economías en desarrollo con una normativa medioambiental poco estricta y escasa o nula protección para los trabajadores.

En la República Democrática del Congo, por ejemplo, donde se extrae el 70% del cobalto en bruto del mundo, los trabajadores pobres desesperadamente, incluidos niños, excavan el mineral con sus propias manos. Los mineros, así como las aldeas y pueblos cercanos, sufren la contaminación del aire, el agua y el suelo. Se ha descubierto que la exposición al cobalto provoca diversas enfermedades, desde el asma hasta el cáncer.

En Argentina, Chile y Bolivia, la extracción de litio utilizado en las baterías de almacenamiento y de vehículos eléctricos (y en la electrónica de consumo) expone a los trabajadores a riesgos para la salud y contamina las zonas cercanas a las minas. La mayoría de los procesos de extracción consumen grandes cantidades de agua dulce (hasta quinientos mil galones por tonelada de litio). En algunos casos, las áridas tierras de cultivo resultantes han llevado a los agricultores a abandonar sus tierras y trasladarse a las ciudades.

En China, que cuenta con los mayores depósitos de tierras raras del mundo y es también el mayor procesador de tierras raras, la extracción con productos químicos tóxicos ha contaminado tanto el medio ambiente que su limpieza podría llevar entre cincuenta y cien años. El uso de mano de obra forzada en la minería y en la fabricación de paneles solares por parte de China ha provocado una condena generalizada y acusaciones de genocidio.

Estas repercusiones negativas para el medio ambiente y los seres humanos se agravarán a medida que el impulso de la energía totalmente verde cobre tracción. Según Mark P. Mills, investigador principal del Instituto Manhattan y profesor de la Escuela McCormick de Ingeniería y Ciencias Aplicadas de la Universidad Northwestern,

...cualquier expansión significativa del modesto nivel actual de energía verde, actualmente menos del 4% del consumo total [de Estados Unidos] (en comparación con el 56% del petróleo y el gas), creará un aumento sin precedentes en la minería mundial, agravará radicalmente el medio ambiente y los desafíos laborales en los mercados emergentes (donde se encuentran muchas minas), y aumentan drásticamente las importaciones estadounidenses y la vulnerabilidad de la cadena de suministro de energía de Estados Unidos. [«Minas, minerales y energía “verde”: una prueba de la realidad» (“Mines, Minerals, and ‘Green’ Energy: a Reality Check”)]

La Agencia Internacional de la Energía (EPA, por sus siglas en inglés) calcula que, para que el mundo logre cero emisiones de carbono en el 2050, la extracción de metales renovables y tierras raras deberá multiplicarse por seis de aquí al 2040.

Con el tiempo, todos esos metales y tierras raras, así como los plásticos, la fibra de vidrio y otros materiales utilizados en las energías renovables, darán lugar a un enorme flujo de residuos a medida que las turbinas eólicas, los paneles solares y las baterías lleguen al final de su vida útil.

La Unión Europea, una de las primeras y más agresivas defensoras de la energía eólica, cuenta con casi un tercio de la capacidad instalada en el mundo [Consejo Mundial de la Energía Eolica (Global Wind Energy Council)]. Ahora los países de la Unión Europea se enfrentan a un problema creciente. En un artículo para Reuters, el corresponsal Arthur Neslen escribe: «A medida que la primera oleada de molinos de viento llega (sic) al final de su vida útil, decenas de miles de aspas se apilan y se entierran en vertederos donde tardarán siglos en descomponerse».

Los defensores de las energías renovables, que restan importancia al enorme problema del desmantelamiento de los sistemas de energía verde, sugieren que un uso más eficiente de los materiales básicos y el reciclaje ayudarán a aliviar la creciente cantidad de residuos que se producen. Pero la separación de los metales pesados y las tierras raras de los gastados molinos de viento, paneles solares y baterías ha demostrado ser inviable desde el punto de vista técnico y financiero, según los analistas.

Conforme a algunas estimaciones, reciclar los paneles solares es hasta treinta veces más caro que enviarlos a los vertederos. Es mucho más barato extraer más metales pesados y tierras raras y construir nuevos sistemas que rescatar los muertos. El escaso reciclaje que se realiza suele tener lugar en países en desarrollo a los que las economías industrializadas envían sus residuos, exponiendo una vez más a los trabajadores vulnerables a materiales tóxicos.

Lanzarse de cabeza a un mundo de energía 100% renovable, como exigen algunos defensores de la ecología, no tiene en cuenta las repercusiones medioambientales y sociales de hacerlo.

Pero el hecho de que haya desafíos asociados a las energías renovables no significa que debamos cerrarlas. No significa que debamos dejar los metales pesados y las tierras raras en el suelo. De hecho, apoyamos las disposiciones de la ley Build Back Better que incentivan, a través de un crédito fiscal para vehículos eléctricos, un aumento de la fabricación nacional e incluye una bonificación en la negociación colectiva diseñada para fomentar la producción sindical.

Los necesitamos para sobrevivir y prosperar; sin embargo, necesitamos mejores formas, más sostenibles y más seguras de extraer y utilizar estos materiales.

La misma lógica se aplica a los combustibles fósiles. Sí, hay desafíos, pero el mundo necesita los combustibles fósiles al menos hasta que se encuentren soluciones mejores y más avanzadas. Según la Administración de Información Energética de los Estados Unidos, en el 2050 la demanda de energía aumentará casi un 50%, y los combustibles fósiles seguirán siendo muy utilizados.

La sociedad ha avanzado mucho en la limpieza de las emisiones de los combustibles fósiles. Según la EPA, tecnologías como los depuradores y precipitadores han reducido las emisiones anuales de óxidos de azufre en un 93% y las de óxidos de nitrógeno en un 87% (cifras de 1995 al 2020).

Las centrales de carbón más nuevas, supercríticas y ultrasupercríticas, han logrado una eficiencia mucho mayor que se correlaciona con una menor emisión de gases tóxicos y de efecto invernadero.

Y, por supuesto, la captura, uso y almacenamiento de carbono (CCUS, por sus siglas en inglés) promete eliminar prácticamente las emisiones de CO2, no sólo de la generación de energía, sino también de la fabricación pesada de cemento, acero y otras industrias.

Es hora de reconocer que todas las fuentes de energía conllevan desafíos y que hay que minimizar sus impactos negativos. No podemos ignorar o descartar los peligros de un enfoque totalmente renovable, como tampoco podríamos hacerlo con un enfoque totalmente de combustibles fósiles o totalmente nuclear o totalmente de hidrógeno.

Una estrategia energética que incluya todo lo anterior sigue siendo la táctica más sensata.