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Los Boilermakers ayudan a conseguir condiciones de trabajo seguras con el asbesto

Durante décadas, el amianto fue aclamado como un material milagroso. Barato, duradero y casi ignífugo, se convirtió en el aislante predilecto para calderas, tuberías de vapor, astilleros, cementeras y centrales eléctricas. Los Boilermakers trabajaban con él a diario, con las manos y los pulmones expuestos a su fino polvo, sin percatarse de que la misma sustancia que hacía posible su trabajo los estaba matando lentamente. No lo sabrían porque los fabricantes de amianto ocultaban la verdad.

Pero los peligros del amianto no eran desconocidos. Ya en la década de 1920, los investigadores sospechaban que la exposición prolongada podía ser mortal. En 1929, se presentó la primera reclamación de indemnización laboral contra un fabricante de amianto. Tan solo cuatro años después, Johns-Manville, uno de los mayores productores de amianto del país, llegó a un acuerdo secreto con 11 empleados que padecían una enfermedad pulmonar incurable. Ese acuerdo se mantuvo en secreto durante casi medio siglo, mientras los trabajadores seguían inhalando fibras tóxicas.

Para la década de 1970, la verdad ya no se podía ocultar. Una demanda colectiva masiva en Los Angeles, que representaba a miles de trabajadores de astilleros expuestos, afirmaba que 15 fabricantes ocultaban información sobre los peligros del asbesto. Para esa década, los trabajadores sabían de primera mano lo que la ciencia demostraba: que inhalar polvo de asbesto provocaba enfermedades devastadoras, como asbestosis, cáncer de pulmón, cáncer de estómago y de colon, y la cruel enfermedad del mesotelioma, un cáncer mortal del revestimiento pulmonar vinculado exclusivamente a la exposición al asbesto.

El número de víctimas fue alarmante. Entre 1940 y 1980, más de 27 millones de trabajadores estadounidenses estuvieron expuestos. Algunos desarrollaron cáncer en el lugar donde la banda de sudor de un casco presionó fibras de asbesto contra su piel. Otros desarrollaron tejido pulmonar que se endureció hasta convertirse en algo parecido al cuero, lo que dificultaba cada respiración.

Los Boilermakers, junto con otros sindicatos y defensores de la salud, se negaron a guardar silencio. En colaboración con investigadores de la universidad del sur de California, demostraron que cualquier nivel de exposición representaba un riesgo. Su persistencia impulsó al gobierno federal a actuar. En 1986, la OSHA estableció su primer límite de exposición al asbesto en el lugar de trabajo: 0,2 fibras por centímetro cúbico de aire en un turno de ocho horas. Casi dos décadas después, la norma se redujo a 0,1 fibras. Se habían logrado avances, pero solo tras años de presión incesante por parte de los sindicatos, incluidos los Boilermakers.

Las batallas legales fueron intensas. A principios de la década de 1980, Johns-Manville enfrentó más de 16,000 demandas y se declaró en bancarrota. Finalmente, se crearon fondos fiduciarios para indemnizar a las víctimas, pero las demoras judiciales provocaron que muchas murieran antes de obtener justicia. En 1990, Boilermakers, del sindicato Local 920 de Portsmouth, New Hampshire, ayudó a asegurar el mayor acuerdo por asbesto en la historia federal de los astilleros, obteniendo millones para los trabajadores.

La historia del asbesto es un recordatorio de lo que sucede cuando las corporaciones priorizan las ganancias sobre las personas y el arduo trabajo que los trabajadores deben realizar para protegerse. Todas las salvaguardias existentes hoy en día existen porque sindicatos como los Boilermakers alzaron la voz, exigieron responsabilidades y se negaron a permitir que la verdad quedara enterrada.

Incluso hoy, los sindicatos deben mantenerse alerta. Los intentos recientes que amenazaron con derogar las protecciones contra el asbesto solo se detuvieron gracias a la fuerte protesta de los defensores de los trabajadores. Como en el pasado, el cambio llega cuando los trabajadores se unen.